martes, 30 de noviembre de 2010

Despertar en la nave...

Empieza una nueva semana, en el calendario empiezo a marcar los días de esta nueva vida lejana y distinta. Como una extraña en un sitio extraño, y también sola, muy sola. La fuerza con la que deseaba despertar y arrancar en esta aventura era igual al aferramiento que en las últimas semanas había tenido a mi vida allí, en mi ciudad, y es que a pesar de estar a unos 1.800 kilómetros de distancia, continuaba muy atada a mi vida cotidiana. Una rutina la mía que, aunque pesada y dura como cualquier otra, me aportaba felicidad, mucha felicidad.
Darme cuenta de esto no fue de manera instantánea, fueron las horas entre estas cuatro paredes y esta pequeña ventana las que me recordaron que aquí todo no era de color de rosa.
En efecto, desde el primer día empiezan los problemas: papeleos, trámites, adaptación al idioma, a la gente, etc.
Mi primer contacto con la facultad fue bastante agridulce. Por un lado, conocí al que sería mi "coordinador" aquí. Me llevé una muy buena impresión, ya que tenía miedo por no saber comunicarme con él; pero el hecho de que supiera hablar español fue una grata sorpresa y un alivio al mismo tiempo.
Aunque, como digo, también está la parte agria, y es que tuvimos un pequeño susto, ya que, al parecer, en esta ciudad existen dos centros donde se imparten enseñanzas relativas a mi carrera y ambos centros se encuentran muy distanciados entre ellos. El primero, era en el mismo lugar donde me encontraba (a unos cinco minutos a pie de casa), en cambio, el otro, estaba a una hora de combinaciones entre tranvía y autobús y, por error, no figurábamos inscritas en ninguno de los dos sitios. Al final todo se solucionó y a nuestro favor. Por otro lado, los papeles que nos habían dado en Almería, no eran válidos para formalizar la matrícula de asignaturas. Después de pasar unos días de infarto, antes de venir a esta ciudad, ya que no conseguíamos dichos papeles, ahora resultaba que éstos no eran válidos y teníamos que hacer por correo lo que, en persona, nos había costado sudor y lágrimas debido a la pasividad de la secretaría.

Entre todo, la preocupación por el desconocimiento del idioma abultaba en nuestras cabezas. Era el principal tema de nuestras conversaciones, siempre entre lamentaciones y desesperación.

Volvía la noche y, como en las películas, todas estas cuestiones flotaban en el aire con letras mayúsculas. Normalmente, ante estas situaciones, sueles recurrir a una persona de confianza que, sin duda, con cualquier palabra sabría tranquilizarte, pero cualquier persona de confianza en la que pudieras pensar estaba lejos, a muchos kilómetros. Así que solo quedaba dormir y, como se suele decir, reflexionar con la almohada, aunque aun era pronto para tener una, y en su lugar, usaba un par de toallas dobladas debajo de mi cuello, ésto es lo que yo llamo el "ingenio de un estudiante sin mucho dinero".