sábado, 23 de octubre de 2010

Primer día, primeras impresiones

 Y por fin, llegué a la residencia. Tras el primer paseo por mitad de la ciudad a bordo de un taxi con dirección a nuestro alojamiento junto a mis maletas como compañeras inseparables, conseguir llegar a mi nuevo hogar. Allí me esperaban las primeras personas españolas que conocí en esta ciudad. Ellos tenían la llave de mi habitación, y después de acompañarme a mi pequeño estudio, pude disfrutar a "solas" de estas cuatro paredes y una ventana con vistas a un patio interior donde lo único que puede contemplarse es el edificio de en frente, con una fachada de cemento al aire por donde trepan unas plantas enredaderas típicas de climas fríos o de montaña. Todo aquello me parecía perfecto.

Primer paseo a pie
El cansancio estaba latente, pero las ganas por conocer y los nervios no dieron tregua y decidimos ir, tras almorzar, a dar un paseo por la ciudad. Junto a los dos españoles que habíamos conocido, íbamos andando el camino hacia ninguna parte. Nada más salir, nos pasó algo muy curioso. Paseando junto a uno de los numerosos parques ajardinados con fuentes que hay por toda la ciudad, (este en concreto muy cerca de la residencia) escuchamos una voz femenina española que nos llamaba la atención de manera sorprendida. Aquella voz pertenecía a una chica sevillana que, ilusionada al ver españoles en la ciudad con los que poder hablar, nos contó que vivía en Saint-Etienne desde hacía un año, y se unió a nuestro paseo para guiar un poco nuestro rumbo, resumirnos su experiencia y explicarnos cómo es la vida en este sitio.

El transcurso de aquella visita guiada, fue a través de una larga avenida que, según decía aquella chica, y según he podido comprobar en el tiempo que llevo viviendo aquí, atraviesa toda la ciudad de una punta a otra y, ésta, a la vez es atravesada por unas infinitas líneas férreas paralelas sobre las que transcurre un tranvía cada 5 o 10 minutos. Quedé sorprendida al ver aquello. Nunca había estado en una ciudad surcada por este medio de transporte y no acostumbraba a ver el centro de una ciudad diseccionado por unas vías de ferrocarril. Aquella impresión se me asemejaba a lo que en mi cabeza siempre había dibujado al pensar en el aspecto de una "típica" ciudad centro europea, con edificios de piedra de principios del siglo XX y un tranvía tal y como el de aquí.


A lo largo del paseo, recapitulé una gran cantidad de buenas impresiones. Conocí el centro de la ciudad, pequeño y tranquilo; numerosas cafeterías; una zona céntrica de bares, restaurantes y pubs; y los edificios administrativos más importantes. Sin duda, una estampa bonita y acogedora. El centro era pequeño, pero tenía de todo. Curiosamente, a pesar de lo distinto que físicamente es a Almería, esas mismas descripciones se pueden aplicar a las dos ciudades, con lo cual, en cierto modo me recordaba a mi ciudad.



Y por fin a la cama...


En dos días había recorrido más de mil kilómetros. Había estado en Almería, en Murcia, en la estación de Valencia, en Barcelona y por fin en Saint-Etienne. Tras acomodar el equipaje, la cama se me antojaba como un paraíso. Quería dormir, aunque al día siguiente era lunes y había que empezar con todos los asuntos de papeleos: inscripción en la universidad, inscripción en el apartado de internacionalización de la universidad, solicitud de la beca Caf (ayuda para el alquiler)... Demasiadas cosas que hacer, demasiados sitios a donde ir y demasiadas dudas e incertidumbres para hacer frente con el escaso conocimiento de francés que poseíamos. Sin duda, hacer todo aquello suponía todo un reto para empezar nuestras nuevas vidas.
Por ello, lo mejor era no pensar y cerrar los ojos hasta que la luz del sol volviera a entrar a través de mi ventana...

jueves, 21 de octubre de 2010

Entrando a un sueño...

Hace poco más de un mes que aterricé o, mejor dicho, puse un pie sobre esta acogedora ciudad llamada Saint-Etienne. Como bien he rectificado, no aterricé aquí, sino que llegué tras un bochornoso y eterno viaje en autocar procedente desde Murcia (viaje, del cual no faltan anécdotas de todo tipo) y descargué mis cuarentaitantos kilos de equipaje en una parada, que parecía estar en medio de la nada, situada en la estación de tren "Chateaucreux", y con intención de llegar hasta mi ansiado (y más que nunca en ese momento) destino: La "Residencia Littre" (32, Rue Emile Littre).

Un placer para la vista

Previo a ese preciso instante en el que mis pies tocaban tierra firme después de más de 20 horas de trayecto, mis ojos, junto a los de otras dos chicas de Almería que venían conmigo, pudieron contemplar el increíble paisaje que se dejaba ver tras la ventanilla, por el camino desde Lyon hasta nuestra ciudad destino. Terriblemente cansadas, pero a la par emocionadas, nuestros párpados pesaban, aunque la sensación de nervios era más fuerte que cualquier mota de cansancio que pudiéramos acumular en nuestro cuerpo. Y, como cuento, tras ese cristal frío del autocar, podíamos contemplar un increíble manto verde sobre montañas, entre los que se encontraban grandes urbanizaciones de casas y vidas. Una estampa totalmente distinta a lo que acostumbrábamos a ver en los paisajes casi o prácticamente desérticos (aunque también con encanto) de nuestra ciudad almeriense.
Sin duda, parecía que estábamos lejos, muy lejos de nuestras casas. Y, de pronto, fuimos conscientes de que estábamos adentrándonos en el sueño. Acabábamos de empezar a dormir y éstas eran las primeras imágenes que podíamos comenzar a saborear. Imágenes de un sueño para el que no era necesario cerrar los ojos, sino simplemente, poder vivirlo.