miércoles, 9 de marzo de 2011

Érase una vez... La rutina Erasmus en Saint-Etienne

Y pasaban los días en esta pequeña ciudad. La vida no variaba mucho de unas semanas a otras, parecía que se consumían como un cigarro encendido. Sin darnos cuenta, ya había pasado casi un mes, algo que, en cambio, al pensarlo, parecía una eternidad. Pero, sin embargo, nada había cambiado mucho. Antes de llegar aquí, tenía la ingenua idea de que en apenas 2 o 3 semanas, me habría adaptado al idioma, que sería capaz de entender las conversaciones e, incluso, que hablaría un poco de francés. Pues bien, la realidad era bastante distinta...
Un mes, en esta ciudad a la que se me ocurre ponerle el adjetivo de "acogedora" por no decir, pequeña, aburrida y sin vida. No sé cuantos días hace que no se deja ver el sol... Pero bueno, esto no debería ser relevante, está claro que a cualquier sitio de Europa al que te propongas ir pasaría lo mismo. Cualquiera, menos España, y en concreto, el Sur, de donde vengo... ¿Por cuánto podría salirme un vuelo para volver el próximo fin de semana? Y, ¿Qué estarán haciendo en este momento mis amigos? ¿Y mi familia? ¿Y mi hermana, estará pensando ahora mismo en mi?


En fin... Pongo en cursiva los pensamientos que en cualquier momento pasaban por mi cabeza. Después de 30 días aquí, me restaban unos 9 meses más. ¿Qué será de mi entonces?. Pensaba... 


Tenía demasiado tiempo libre para pensar, tiempo que, en realidad, debía haber estado ocupando en otras cosas. Por ejemplo, leyendo y memorizando unos apuntes que no entendía porque no tenían coherencia ni sentido alguno, debido a que abultaban más los tachones de palabras mal copiadas de las explicaciones de clases, que el propio contenido en sí. Para colmo, el intento de pedir ayuda era nulo. Parece ser que prestar dichos apuntes a gente que, además de desconocida, es extranjera, para alguien de aquí, era algo demasiado atrevido. Parece que ibas a robárselos, o a hacer algo malo con ellos. Un hecho que, al final terminaba por cansarte.


En este momento, empecé a aprender a quitarle importancia a muchas cosas, no sólo a esto, sino a todos los problemas en general de las cosas. Personalmente, llegó un punto en el que prácticamente todo lo que veía era negativo, pero estaba claro que en los demás no iba a estar el cambio de las cosas y la situciación, éste debía de empezar por una misma. Así que, aquella noche de reflexión, puse el reloj para despertarme a la misma hora de todos los días (las 7 de la mañana), pero también debía ser la alarma de un nuevo despertar: el mio.

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